Cualquiera interesado en la innovación dentro de la empresa ha oido que la innovación es cosa de las empresas pequeñas. La épica del garaje, con el innovador construyendo con pocos medios ese primer prototipo del dispositivo que cambiará el mundo, tiene un encanto dificilmente superable por el laboratorio de I+D de una gran empresa.
Sin embargo, la realidad es algo distinta. En un reciente artículo titulado "Why Big Companies Can’t Invent" publicado en la MIT Tech Review se precisa esta visión. Su autor, Howard Anderson (fundador de la compañía de capital riesgo YankeeTek Ventures), argumenta que las grandes compañías dominan la creación de innovaciones, pero fallan a la hora de sacar partido empresarial de las mismas.
Dos aspectos llaman la atención. El primero de ellos es la visión consesrvadora que las grandes firmas tienen de la innovación. Tan sólo un 20% de su presupuesto se I+D se centrá en innovaciones reales mientras que, el 80% restante podría ser contabilizado como "mejora de productos".
El otro aspecto es lo que el autor del artículo denomina la ejecución. Una vez logrado un producto innovador, las compañóas fallan a la hora de contruir y ejecutar un plan para su comercialización. Y aquí surge un elemento importante, la vinculación entre el sistema de compensación y el comportamiento organizativo. Las grandes compañías valoran a sus directivos por su contribución a las cifras de negocio y, no por construir negocio.
Un comportamientoq ue nos lleva a una de las ideas más brillantes de la última decada en torno a la dinámica de las nuevas tecnologías: el dilema del innovador, un concepto introducido por Clayton M. Christensen. Mientras las grandes compañías escuchan a sus clientes, introducen mejoras incrementales en sus productos, y sus directivos minimizan el riesgo y aseguran su bonus; las pequeñas compañías apuestan por escuchar su "voz interior" y cambiar las reglas de un mercado.
Algo que sin duda es más divertido, aunque más arriesgado.
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